Era tres o cuatro o cinco veces más grande que yo, él quería jugar, pero me asuste tanto que corrí veloz. Ladraba asustada, miraba a mi papi al otro lado de la pileta. No había puente, no había como correr donde él para socorrerme y no me quedó otra cosa que lanzarme a la pileta y nadar en esa agua mugrienta. Nadar, algo que nunca había hecho.
Mi papi asustado me salvó como a Moises de las aguas y así mojada íntegra, estilando, asustada, helada, camine un poquito. Lloraba y tiritaba del susto, mi papi se sacó su chaqueta, me cubrió, me tomó en los brazos y muy abrazadita llegamos a la casa, donde me secó bien sequita con toalla y secador con aire calientito, esperando al otro día para bañarme como siempre me han bañado... ¡¡Uf, fué un susto, de padre y señor nuestro!!
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